La ciudad capital del Estado do Acre, Rio Branco, atraviesa una alerta roja sanitaria ante la escasez de agua originada en la disminución severa del caudal fluvial del río Acre que suministra el agua potable a este municipio. Según reportes del Sistema de Hidro-Telemetría del Brasil, recogidos este domingo por Sol de Pando, el nivel del río Acre en la capital acreana se encuentra en un metro con 30 centímetros (1,30 mts), habiéndose reducido en más de 12 metros de su cota normal que oscila entre los 14 y 16 metros. La caída está a cinco centímetros de llegar a su nivel más bajo registrado en octubre de 2022, con 1,25 mts. La situación es más dramática en la frontera acreana con Bolivia, donde el cauce río Acre cayó a un nivel inferior a un metro. Según la medición del Sistema de Hidro-Telemetría —un observatorio hidrográfico de la Agencia Nacional del Agua (ANA) del Gobierno Federal—, el caudal fluvial que marca hito entre los municipios de Brasiléia y Epitaciolandia en Brasil, y Cobija en Bolivia, se halla en 73 centímetros sobre su canal, habiendo bajado en más de siete metros de una cota normal habitual de ocho a 12 metros. En Cobija, la crisis del agua potable también es inminente, ya que esta ciudad acreana de Bolivia recibe el suministro para el consumo de un afluente local del Acre, el arroyo Bahía, donde el municipio posee una planta de tratamiento a punto de colapsar por la sequía creciente. La catastrófica pérdida de agua que está sufriendo el río Acre, con un calentamiento atmosférico que sobrepasa los 39 grados centígrados de temperatura, es el síntoma extremo de la ola de calor que se apoderó de la Amazonia en su conjunto. En otros estados amazónicos vecinos del Acre, como Rondônia, Pará y Amazonas, las cuencas y subcuencas están perdiendo sus caudales a niveles inusitados. UNA GRAN CRISIS El río Madera-Mamoré, que bordea el departamento boliviano del Beni, surcando los estados brasileños de Rondonia y Mato Grosso, registró este fin de semana apenas 94 centímetros de profundidad, con una caída casi al 100% de su cota normal de 14 metros. Otros afluentes próximos como el río Beni y el Abuná, han caído este domingo a 92 y 87 centímetros respectivamente, según el monitoreo hidrotelemétrico de la ANA. La sequía se agudiza ante inexistencia de lluvias en la cuenca amazónica, situación que las autoridades brasileñas esperan paliar con un programa de emergencia para un posible bombradeo de nubes, bolsones de agua en suspensión que sin embargo no se vislumbran en el cielo de la Amazonia, ensombrecido por la densa humareda que despiden los masivos incendios forestales arrasando el bosque tropical. La ola de calor propia de esta temporada en la Amazonia, comenzó a hacerse crónica desde hace aproximadamente una década con las mismas secuelas de crisis de agua, incendios forestales y baja calidad del aire, y con un correlato epidemiológico en la salud pública. Uno de los episodios más duros de esta crisis se produjo en 2019, cuando fueron arrasados millones de hectáreas de bosque tropical especialmente en Bolivia y Brasil. Se teme que la actual sequía llegará a los mismos niveles extremos de hace cinco años, en las próximas semanas. Se anticipa un octubre negro para el medioambiente amazónico. LA AMENAZA DEL HAMBRE Durante la sequía del pasado año, pobladores amazónicos comenzaron a excavar pozos para obtener agua subterránea destinada al consumo. Este año sucede lo mismo. A la carencia de agua potable, su suma la pérdida de navegabilidad de los principales ríos amazónicos, lo cual impide el transporte de alimentos como pescados, frutas y productos de primera necesidad como la yuca y sus derivados. El desabastecimiento en los mercados de Río Branco es ostensible. El hambre es la amenaza final en esta catástrofe ambiental que está estremeciendo al pulmón del mundo.